Investigación Teatral. Revista de artes escénicas y perfomatvidad

DOI: 10.25009/it.v14i24.2748

Sección Dossier

Vol. 14, núm. 24, octubre 2023-marzo 2024

Centro de Estudios, Creación y Documentación de las Artes, Universidad Veracruzana, México

ISSN: impreso 1665-8728 ׀׀ electrónico 2594-0953

Relacionalidad planetaria: el espacio exterior desde la teoría del performance

Planetary Relationality: Performance Studies of Outer Space

Felipe Cervera*

*Departamento de Teatro, Universidad de California en Los Ángeles, Estados Unidos, 0000-0002-3904-9333, e-mail: fcervera@tft.ucla.edu

Resumen

Este artículo aborda la intersección entre los estudios del performance y el estudio crítico del espacio exterior. Se ofrece, para empezar, un análisis del discurso “Elegimos ir a la Luna”, que John F. Kennedy dictó en 1962. A continuación el autor elabora su argumento a partir de los siguientes enfoques teóricos: 1) la matriz que Henri Lefebvre propone para analizar la construcción social del espacio; 2) la teoría general de performance postulada por Jon McKenzie, y 3) la performatividad posthumana propuesta por Karen Barad. A partir de estas teorías, se propone el concepto de relacionalidad planetaria para vislumbrar cómo desde los estudios del performance es posible descolonizar las narrativas y prácticas que marcan el cielo como una frontera susceptible de conquista y dominio.

Palabras clave: performance; discurso; espacio; astronomía; extraterrestre.

Abstract

This article addresses the intersection between performance studies and the critical inquiry of “outer space”. It begins with a rhetorical analysis of the speech “We Choose to Go to the Moon”, delivered by John F. Kennedy in 1962. The next section presents the following theoretical angles: 1) the matrix that Henry Lefebvre proposes to analyse the social construction of space; 2) the general theory of performance postulated by Jon McKenzie, and 3) the concept of posthuman performativity proposed by Karen Barad. The author puts forward the concept of planetary relationality to consider how performance studies can contribute to the decolonization of narratives and practices that mark the sky as a border susceptible to conquest and domination.

Keywords: performance; discourse; space; astronomy; extraterrestrial.

Recibido: 14 de febrero de 2023   ׀׀   Aceptado: 2 de agosto de 2023

Mi primer viaje a la Luna fue el 9 de junio de 2017. El sitio de lanzamiento fue el quinto piso de un edificio en Hamburgo, Alemania, durante el vigésimo tercer congreso anual de la asociación Performance Studies International. La ocasión: el lanzamiento del Programa Espacial de Estudios de Performance (PSSP), una plataforma de investigación creada en colaboración con Maaike Bleeker de la Universidad de Utrecht, como parte de mi proyecto doctoral. La “misión” del PSSP fue un performance titulado Un viaje: una sesión para recordar, del artista mexicano Nahum Romero (conocido por su nombre Nahum), quien, a través de una combinación de performance, hipnosis y meditación guiada, evocó el recuerdo de una estancia lunar en la mente y experiencia de todos los asistentes. La “tripulación” incluía aproximadamente 20 personas, todos académicos de teatro y performance, sin ningún tipo de entrenamiento astronáutico. La experiencia fue conmovedora porque, ya sea que nos hayamos quedado dormidos o que realmente hayamos entrado en hipnosis, cada vez que la evocamos es posible recordar que viajamos a la Luna juntos sin cohetes y sin las aspiraciones colonialistas de la astronáutica contemporánea. Compartir esa “memoria lunar” es importante para establecer maneras de relacionarse con el cosmos desde una mirada anticolonial y posthumana. Si bien es innegable que estará matizada por nuestros propios recuerdos visuales de cómo se ve la Luna en las películas de ciencia ficción, los reportajes televisivos del aterrizaje del Apolo 11 en 1969 y nuestra propia imaginación, el encuentro personal con lo “celestial” tiene un gran potencial político.

Este artículo aborda la intersección de los estudios teatrales y de performance con el estudio crítico del “espacio exterior”. Parto de una mirada crítica que aspira a postular que las posibilidades de los estudios del performance ofrecen alternativas epistemológicas a nuestra experiencia planetaria para rehabilitar una política espacial y celestial separada de aspiraciones territorialistas e imperiales. En la primera sección del presente trabajo ofrezco un análisis retórico del discurso conocido como “Elegimos ir a la Luna”, que John F. Kennedy dictó en la Universidad de Rice en 1962. Me interesa demostrar la importancia que puede tener un análisis performativo básico en el proyecto de trazar la historicidad del concepto “espacio exterior”. En el siguiente apartado, presento la metodología que ofrecen los estudios del performance para contribuir con el estudio crítico del espacio exterior. Para ello, hago referencia a los siguientes enfoques teóricos: 1) la matriz que Henri Lefebvre propone para analizar la construcción social del espacio; 2) la teoría general del performance postulada por Jon McKenzie, y 3) la performatividad posthumana propuesta por Karen Barad. A partir de estas perspectivas, propongo el concepto de relacionalidad planetaria para vislumbrar cómo las acciones (verbales y físicas, humanas y no humanas) crean y actualizan epistemologías que permiten o no diferentes versiones de nuestra relación con el cosmos y con nosotros mismos como especie. Hacia el final, regreso a mi experiencia durante el performance de Nahum para recalcar la principal contribución que considero que pueden hacer los estudios del performance al estudio crítico de nuestra terrestrialidad: politizar acciones colectivas para descolonizar las narrativas y prácticas neocoloniales que marcan el cielo como una frontera susceptible de conquista y dominio.

Elegimos ir a la Luna: creando el espacio con palabras

Hemos decidido ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer lo demás, no porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese desafío es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar, al igual que los otros. John F. Kennedy, 12 de septiembre de 1962 (traducción original de JFK Library) .

Con su discurso, Kennedy demostró ser un gran performer. El entonces presidente de los Estados Unidos repitió tres veces la frase “elegimos ir a la Luna” durante el que se conoce oficialmente como el “Discurso en la Universidad de Rice sobre el esfuerzo espacial de la nación”. Este es uno de los discursos más famosos de Kennedy, por la habilidad que mostró para moldear la visión del programa espacial de Estado Unidos durante el apogeo de la Guerra Fría, junto con el “Discurso especial al Congreso de los Estados Unidos”, que pronunció previamente, en mayo de 1961. Al repetir la frase “elegimos ir a la Luna”, Kennedy parecía profetizar la victoria de su país en la carrera espacial entablada con la Unión Soviética, al enviar por primera vez en la historia a un ser humano a la Luna.

La retórica de Kennedy estuvo enmarcada en un contexto geopolítico hostil. La URSS se había adelantado en asuntos espaciales, y el liderazgo geopolítico en la Tierra se asociaba cada vez más al éxito de la exploración extraterrestre. Kennedy se vio obligado a presionar política y económicamente a favor de un viaje a la Luna. Sin embargo, para lograrlo se enfrentaba al desafío de reunir suficiente apoyo legislativo y popular para sus planes de sobrepasar “la brecha espacial”, a diferencia de su rival soviético. Tales planes fueron primordiales para el éxito de su campaña presidencial de 1960 (Kalic 63; Byrnes 37). Para que el pueblo americano pudiera siquiera concebir que Estados Unidos estaba en posibilidades de “conquistar” la Luna, las palabras de su discurso tenían que representar el espacio extraterrestre de tal manera que se justificara una empresa de alto costo que muy probablemente sufriría fallas. Kennedy debía establecer sin lugar a duda que un alunizaje era el siguiente paso natural en el proyecto histórico de la identidad nacional de los Estados Unidos. “Zarpamos en este nuevo océano […] hemos elegido ir a la Luna […] hemos elegido ir a la Luna […] hemos elegido ir a la Luna […] sólo si los Estados Unidos ocupan una posición de supremacía podremos ayudar a decidir si este nuevo océano será un mar de paz o un nuevo teatro de guerra aterrador” (Kennedy s/p). El énfasis en la primera persona del plural es innegable, así como la identificación de ese sujeto plural con el Estado nación. Pero ¿quiénes son los que eligen?, ¿quiénes son estos “nosotros” que “elegimos”?

El discurso de Kennedy empleó varios dispositivos retóricos y estrategias para representar lo extraterrestre como un recurso sobre el que la agencia humana puede deliberar. De manera decisiva, este énfasis en la primera persona del plural y la identificación de esa identidad colectiva con su eventual hegemonía geopolítica estuvieron anclados en la tarea crucial de producir una nueva forma de conocer el universo. Es decir, las inquietudes geopolíticas de su gobierno frente a su rivalidad con la URSS estaban cuidadosamente vinculadas a la búsqueda de nuevos conocimientos, de una nueva frontera y, por lo tanto, de cimentación científica, tecnológica, política y militar del liderazgo de los Estados Unidos de América. Esta estrategia retórica se expresa al principio del alegato, cuando Kennedy utiliza un paralelismo entre varias dimensiones de tiempo y espacio para sugerir que su discurso estaba siendo pronunciado en un momento histórico clave, un momento en el que Estados Unidos sólo tendría éxito si se aseguraba su dominio en asuntos relacionados con el espacio exterior. Es decir, era necesario “elegir” ir hacia esta nueva frontera si el país quería sobrevivir y triunfar. Tomemos en cuenta los dos párrafos siguientes:

Nos reunimos en una universidad célebre por el conocimiento, en una ciudad célebre por el progreso, en un estado célebre por la fuerza, y tenemos necesidad de los tres, ya que nos reunimos en un momento de cambio y desafío, en una década de esperanza y temor, en una era de conocimiento e ignorancia. Mientras más aumenta nuestro conocimiento, más evidente es nuestra ignorancia. Así que no es de extrañar que algunos prefieran que nos quedemos donde estamos un tiempo más para descansar y esperar. Pero esta ciudad de Houston, este estado de Texas, este país de los Estados Unidos no fue construido por quienes esperaban o descansaban y deseaban mirar detrás de ellos. Este país fue conquistado por aquellos que se adelantaron, y lo mismo sucederá con el espacio (Kennedy s/p).

La conquista de esta nueva frontera, todavía exterior, era natural. El paralelismo histórico que ayudaba a establecer esa ambición estaba coloreado por un imaginario romántico, y es así como la nostalgia por el pasado colonialista de Estados Unidos ayudó a Kennedy a crear el impacto necesario para que su discurso resonara entre su público y más allá.

Después del asesinato del presidente, el paralelismo entre la identidad nacional y la exploración extraterrestre que dio forma a las estrategias retóricas de su discurso siguió dando forma a las sensibilidades estéticas usadas por el programa espacial del país. John W. Jordan realiza un análisis similar y observa cómo “tanto en contextos ficticios como reales, la retórica romántica y trascendente de Kennedy se unió exitosamente para caracterizar al programa lunar, por lo que continúa resonando en la imaginación del público” (225).

De hecho, las imágenes de Kennedy no sólo se repiten en futuras promulgaciones de actividades espaciales realizadas por políticos y figuras públicas (Jordan rastrea similitudes en la retórica espacial de Nixon, Carter, Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo), sino también en las formas en que se colorea y modela la fotografía interestelar más reciente.

Después de realizar historias orales del personal que trabaja en las imágenes coloreadas, capturadas por el Telescopio Hubble (los datos sin procesar son en blanco y negro), la historiadora Elizabeth Kessler ha identificado que muchas de éstas resultan “tener un parecido sorprendente con los datos geológicos y meteorológicos terrestres, y con formaciones especialmente representadas en los paisajes románticos del oeste americano” (5). Más concretamente, Kessler encuentra sorprendentes similitudes con la obra de pintores y fotógrafos como Thomas Moran (1837-1926), Albert Bierstadt (1830-1902), William Henry Jackson (1843-1942) y Timothy O’Sullivan (1840-1882). Esto no quiere decir que los científicos que trabajan con Hubble necesariamente intentaron emular a estos pintores con las imágenes del telescopio. En cambio, es importante notar la influencia tan fuerte que las sensibilidades estéticas, culturales e históricas particulares de Estados Unidos tuvieron en el discurso de Kennedy, y cómo éste, a su vez, ha moldeado también la epistemología empleada para conocer el cielo desde la Guerra Fría y hasta ahora.

La historia del espacio exterior es performativa y el discurso de Kennedy fue una performance de dimensiones planetarias. Estableció, promulgó y jugó con la relación entre el espacio terrestre y extraterrestre de acuerdo con las necesidades contextuales de la época y de la economía política estadounidense.

Kennedy utilizó sus palabras para manifestar el universo. Es decir, se valió de la acción verbal como método para enmarcar la producción de conocimiento sobre nuestro planeta y otros planetas de manera determinada. Empleó una serie de técnicas retóricas y actorales para dar cuerpo a una visión específica para la formación discursiva del “espacio exterior”. Esta visión se definió de acuerdo con la triangulación entre historias y ambiciones científicas, tecnológicas, culturales, geopolíticas y astropolíticas específicas. Sobre la base de esas historias y ambiciones, el discurso de Kennedy ayudó a determinar, en gran medida, las formas en que el espacio exterior apareció como objeto de estudio científico y búsqueda social durante el resto del siglo XX. Su discurso esgrimió un paradigma performativo propio de la contingencia geohistórica de ese siglo. Es decir, su performance del espacio exterior se volvería paradigmático para la formación discursiva moldeada por las formas en que “lo extraterrestre” fue determinado por su frontera con “lo terrestre”, cimentando así cómo estas categorías serían interpretadas y referidas en las próximas décadas. Pero lo crucial aquí es entender que –como Vivian Appler demuestra en su artículo “Titan’s ‘Goodbye Kiss’: Legacy Rockets and the Conquest of Space”– esa relación tiene sus raíces históricas más allá del siglo XX, ya que se comenzó a fraguar con el advenimiento del proyecto colonial europeo en el siglo XV, y en especial con la proyección de alteridad radical que se erigió como fundamento epistémico para la conquista de los territorios indígenas en América. Es decir, el performance de Kennedy echó mano de la historicidad discursiva de nuestro planeta formada como justificación de la conquista de Las Américas.

Para definir “formación discursiva”, me baso aquí en lo que articula Michel Foucault en La arqueología del conocimiento (1972): “Siempre que entre objetos, tipos de enunciados, conceptos o elecciones temáticas se puede definir una regularidad (un orden, correlaciones, posiciones y funcionamientos, transformaciones), diremos […] que estamos ante una formación discursiva” (38); por lo tanto, “[el] campo de relaciones que caracteriza una formación discursiva es el lugar en el que las simbolizaciones y los efectos pueden ser percibidos, situados y determinados” (163). Para Foucault, una formación discursiva se configura según las prácticas discursivas, que a su vez se establecen en consonancia con un sistema de relaciones que produce el objeto como tal. “Estas relaciones se establecen entre instituciones, procesos económicos y sociales, patrones de comportamiento, sistemas de normas, técnicas, tipos de clasificaciones, modos de caracterización” (44-45). Sin embargo, como insiste Foucault, si bien una formación discursiva “presenta el principio de articulación entre una serie de eventos, transformaciones, mutaciones y procesos discursivos”, debemos recordar que “no es una forma atemporal, sino un esquema de correspondencia entre varias series temporales” (74).

La de Kennedy fue sin duda una práctica discursiva y performativa, pero no estaba actuando en un vacío: reiteró y luego actualizó la performatividad de lo extraterrestre que precedió a su discurso. Esto quiere decir que, si bien tal discurso fue un evento crucial para el futuro de la exploración y observación extraterrestre, no fue ni el primero de tales actuaciones ni el último. Históricamente, las acciones y enunciados performativos han sido importantes para la producción de conocimiento sobre el espacio planetario: su conceptualización, descubrimiento, exploración, anuncio, politización y expresión artística. Los contextos en los que se pueden encontrar estas representaciones, acciones y expresiones performativas varían. Se pueden hallar en ocasiones de descubrimiento y avance científico, en eventos políticos, en teatro y otras disciplinas artísticas, en deportes, en arte contemporáneo, en rituales arcaicos, etcétera. Muy a menudo, estos casos pueden identificarse como representaciones en una forma u otra, mientras que aquellas que son más difíciles de precisar como performance (la fotografía intergaláctica, por ejemplo) contienen inevitablemente una fuerza performativa. La historia cultural de la astronomía, por lo tanto, tiene en su centro una historia performativa. Esta historia se puede trazar a partir de la identificación de la historicidad de lo extraterrestre mediante el análisis de las acciones que reafirman u ofrecen epistemologías planetarias de diversa índole.

En esta sección he procurado demostrar cómo acontecimientos como el discurso de Kennedy son exactamente el tipo de objeto que los estudios de performance pueden analizar en el proyecto de desarrollar miradas críticas que, desde posturas decoloniales, feministas e indigenistas, puedan romper con la hegemonía y la violencia ejercida por y en nombre de la idea de que el cielo es nuestra última frontera. He aquí el poder performativo del viaje lunar conducido por Nahum: contra la exclusividad de aquellos que escogen ir a la Luna para demostrar su poder geopolítico, hay otros que prefieren viajar para compartir el espacio interior de su imaginación. Y si a ello le aunamos que Nahum es un artista mexicano, la política celestial expresada en su performance es aún más potente. Aquí no estamos hablando de películas de ciencia ficción, sino del poder que nace al relacionarse con el cielo desde perspectivas críticas y performativas.

De las palabras a la teoría: otros espacios son posibles

A continuación, amplío el argumento metodológico que los estudios de performance pueden ofrecer al estudio crítico del espacio exterior a través de la calidad poliparadigmática del concepto performance y de la noción de performatividad posthumana. En los últimos años se ha visto un aumento de los estudios en ciencias sociales y humanidades que examinan de manera crítica la producción del espacio ultraterrestre como objeto de investigación científica, social y cultural. Dos nombres importantes en esa literatura son Peter Dickens y James Ormrod. En The Palgrave Handbook of Society y en Culture and Outer Space, Dickens, Ormrod y sus colaboradores enmarcan en gran medida sus diferentes perspectivas dentro del marco que Henri Lefebvre sugirió en su libro germinal La producción del espacio (1991). Como argumentó enérgicamente Lefebvre, para “conocer el espacio” uno debe construirlo, y esto requiere la realización de dicho espacio en diversos grados y extensiones. Lefebvre propone estudiar y entender la performatividad del espacio social de la siguiente manera:

  1. Práctica espacial: que abarca la producción y la reproducción, y las ubicaciones particulares y los conjuntos espaciales característicos de cada formación social. La práctica espacial asegura la continuidad y cierto grado de cohesión. En términos de espacio social, y de la relación de cada miembro de una sociedad dada con ese espacio, esta cohesión implica un nivel garantizado de competencia y un nivel específico de performance.
  2. Representaciones del espacio, que están ligadas a las relaciones de producción y al “orden” que esas relaciones imponen, y por tanto al conocimiento, a los signos, a los códigos ya las relaciones “frontales”.
  3. Espacios de representación, que encarnan simbolismos complejos, a veces codificados, a veces no, vinculados al lado clandestino o subterráneo de la vida social, como también al arte (que eventualmente puede llegar a definirse menos como un código de espacio que como un código de espacio de representación) (33).

La tríada no indica necesariamente una secuencia (del punto 1 al 2 al 3), sino que es una herramienta conceptual que habilita un análisis de los diferentes procesos que producen el espacio socialmente. Dickens y Ormrod traducen esta tríada de asuntos extraterrestres con los denominadores “prácticas espaciales exteriores”, “representaciones del espacio exterior” y “el espacio exterior como un espacio de representación”. Para ellos, “las prácticas espaciales exteriores incluyen el desarrollo de tecnologías satelitales y la infraestructura terrestre asociada con ellos y su integración en los intercambios sociales y económicos” (Dickens y Ormrod 35). Teniendo en cuenta la diversificación del espacio exterior en la actual explosión de proyectos de exploración extraterrestre, señalan que “el espacio exterior ahora está representado en una amplia gama de campos diferentes y a través de varios paradigmas y discursos en competencia” (ibidem). Y, por último, con respecto a la categoría del espacio exterior como un espacio de representación, señalan que los ejemplos ubicados aquí “pueden referirse tanto a imaginaciones sobre el espacio exterior como un sitio espacial y temporalmente alejado de prácticas sociales alternativas y al uso del espacio exterior como un lugar material desde el cual se pueden producir significados y prácticas sociales alternativos” (Dickens y Ormrod 36).

En el esquema original de Lefebvre, los vínculos entre representaciones, performance y performativo son importantes. Esto porque, mientras los espacios de representación son performativos de una ideología, el performance (entendido aquí en un sentido cultural y artístico) puede expresar representaciones de ese espacio, o incluso intervenir en su orden sociosemiótico, con el propósito de interrogar la ideología detrás de su construcción. Por último, las prácticas espaciales son haceres que reiteran y modifican el orden espacial establecido. La tríada de Lefebvre es útil para entender cómo una sociedad específica produce su propio espacio. Tal producción tiene características performativas porque es un proceso que ordena distintas prácticas lingüísticas y corpóreas que generan representaciones y códigos, posibilitando, a su vez, procesos de resignificación y recodificación.

El trabajo de Dickens y Ormrod nos puede ayudar a identificar las diferentes formas en que el espacio exterior se está produciendo hoy como un espacio social a través de prácticas performativas. Para entender este punto crucial, es necesario hacer referencia al estudio de Jon McKenzie en Perform or Else: From Discipline to Performance. Un punto central señalado por McKenzie es que el “performance debe entenderse como un estrato emergente de poder y conocimiento” y que, por lo tanto, “será en los siglos XX y XXI lo que la disciplina fue en los siglos XVIII y XIX, que es, una formación onto-histórica de poder y conocimiento” (McKenzie 18). El autor articula así una “teoría general del performance” estructurada de acuerdo con un “estrato de performance global” que “se fusionó en los Estados Unidos a raíz de la Segunda Guerra Mundial […] expandiéndose especialmente rápido con el deshielo de la Guerra Fría” (ibidem). Su afirmación se apoya en una estructura múltiple de paradigmas de performance, todos los cuales implican el uso de la “acción cuantificable” como unidad de práctica discursiva. Tal vez este trabajo del teórico estadounidense se ha convertido en una referencia clásica en la teoría del performance porque precisamente trajo a colación la consideración –al menos para las percepciones dentro de dicho campo de estudios– de que “performance” ya era un indicador en los ámbitos de la práctica humana, más allá de lo lingüístico, artístico y cultural. McKenzie demostró cómo el performance, como unidad y objeto del conocimiento, no es exclusivo de lo que la formación disciplinaria de los estudios de performance ha denominado en general el paradigma de la eficacia cultural/artística/lingüística; en cambio, uno puede encontrar paradigmas similares operando en otros lugares: predominantemente, argumenta, en los ámbitos organizativo y tecnológico.

Para ilustrar su punto, McKenzie hace referencia al espacio planetario y extraterrestre, primero como ejemplo y luego como una metáfora de su teoría. Emplea el lanzamiento fallido del transbordador espacial Challenger el 28 de enero de 1986 y hace referencia al libro The Challenger Launch Decision: Risky Technology, Culture and Deviance at NASA (1996) de Diane Vaughan para señalar que:

La decisión de lanzamiento del Challenger demuestra cómo los campos de performance cultural, organizacional y tecnológico, aunque separados por diferentes historias y paradigmas de investigación, se superponen y se retroalimentan entre sí. Decir que convergen totalmente en un desempeño unificado sería inexacto, ya que los desafíos planteados por cada uno siguen siendo distintos y, a veces, divergen marcadamente entre sí. No obstante, a través de la optimización y satisfacción conjuntas, los desafíos de eficacia, eficacia y efectividad [sic] se pueden negociar, se pueden tomar decisiones y se pueden tomar acciones (McKenzie 151).

Dicho autor argumentó así que las genealogías epistémicas individuales de cada paradigma de performance identificado y examinado pueden superponerse y fusionarse entre sí e ilustró esto con un momento ejemplar en la historia de los vuelos espaciales tripulados. Vemos así que cuando hablamos de que el espacio exterior se produce socialmente a través de acciones discursivas verbales y físicas –o sea, a través del performance– lo que queremos decir es que estas acciones emanan desde prácticas diversas que incluyen, por lo menos, las prácticas tecnocientíficas, las organizacionales y las artísticas y culturales. En otras palabras, los procesos mediante los cuales nuestra relación espacial con el universo es producida son performativos, en tanto que crean o actualizan una realidad material discursiva, y así determinan y son determinados por paradigmas epistémicos basados en la construcción performativa del espacio.

Sin embargo, pensar que la performatividad del espacio exterior, y de lo extraterrestre, es sólo producto de las prácticas humanas y masculinas sigue siendo un enfoque limitado para la articulación de paradigmas más justos y reales. En esta dirección, el último referente teórico básico para configurar una mirada crítica del concepto y práctica del espacio exterior desde los estudios del performance es el trabajo de Karen Barad sobre el realismo agencial y la performatividad poshumana. En su libro Meeting the Universe Halfway, Barad combina dos enfoques diferentes del performance y la performatividad: aquel formulado desde la filosofía de la ciencia y otro desde la lingüística, y argumenta que “los relatos performativos en estos dominios han llevado vidas paralelas con sorprendentemente poco intercambio entre ellos, lo que refuerza la percepción, que cada conjunto de académicos rechazaría rápidamente, de que las preocupaciones sociales y científicas están separadas” (Barad 49-50). En adelante, y basándose en el trabajo de Niels Bohr, Barad ve en la performatividad el remedio contra el representacionalismo y, por lo tanto, para abordar los problemas que surgen de la división ontoepistémica entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido. Como solución al problema de las “palabras y las cosas” –como lo plantea Foucault–, Barad entonces introduce el concepto de “intra-acción”, en oposición a “interacción”, que se utiliza para colapsar la relación de exterioridad entre el “conocedor” y el “conocido”. Luego, gira su argumento sobre la causalidad ontoepistémica y la relacionalidad entre los instrumentos que usamos y las formas en que observamos y medimos el universo. Más específicamente, analiza el concepto del aparato científico (un telescopio, por ejemplo), y en cómo éste siempre surge en relación con la cosa que aspira a conocer. Para Barad, un aparato es un proceso performativo que actualiza una relación causal, lo que ella llama “un corte agencial”, a través del cual una parte del universo se revela a otra parte, en un proceso performativo que crea relaciones de exterioridad e interioridad mediante las cuales el conocimiento es posible. Al respecto, Barad explica que en el proceso de producción y definición de aparatos y prácticas discursivas:

El significado no es una propiedad de palabras individuales o grupos de palabras, sino una performance continua del mundo en su danza diferencial de inteligibilidad e ininteligibilidad. En su intra-actividad causal, una parte del mundo se vuelve determinadamente delimitada y apropiada en su inteligibilidad emergente a otra parte del mundo, mientras que las materias vivas, las posibilidades y las imposibilidades se reconfiguran. Las prácticas discursivas son prácticas de creación de límites […] (149).

Barad articula que los aparatos no son meros arreglos estáticos en el mundo, sino que son (re)configuraciones dinámicas del mundo –performances específicos a través de los cuales se promulgan límites de exclusión específicos–. Los aparatos, ya entendidos como cualquier tecnología epistémica (desde el lenguaje hasta un acelerador de partículas) no tienen un límite “externo” inherente porque son prácticas abiertas mediante las cuales el universo se divide a sí mismo.

Si bien el dinamismo teórico que se puede establecer al confabular la teoría espacial de Lefebvre con la de McKenzie nos permite identificar cómo ciertas acciones tienen la potencia de reconfigurar nuestra relación con el planeta y con el universo, la agudeza en la propuesta de performatividad posthumana de Barad nos da la posibilidad de romper totalmente con la idea modernista que posiciona a la agencia humana masculina como “exterior” y “neutral” al universo. Para Barad, el universo es una constante intra-acción y, por lo tanto, lo discursivo es siempre la consecuencia del performance intrínseco de dimensiones cosmológicas. Como ella dice: “matter matters” (lo material importa).   Desde este punto de vista, nos es entonces posible argumentar que la producción del espacio planetario no sólo se expresa a través de acciones performativas, sino que éstas son el resultado de una relacionalidad permanente y dinámica entre el universo consigo mismo, y que la agencia humana es sólo parte de esa ecuación. Siempre estamos encontrado al universo porque siempre nos estamos encontrando a nosotros mismos como parte de ello. Desde esta mirada, es entonces evidente que la formación discursiva “espacio exterior” no sólo es teorética y socialmente problemática, sino que es físicamente inadecuada para describir la experiencia terrestre.

Relacionalidad planetaria: de la teoría a la historicidad de las acciones1

Es necesario politizar las acciones mediante las cuales el espacio planetario se define, ya que lo que está de por medio es nada menos que la articulación de procesos epistémicos que reconectan la experiencia terrestre con lo celeste y lo habilitan como un espacio de prácticas de emancipación y justicia social. Para ello, y a manera de consolidar el aparato crítico que he ido armando en este texto, propongo la noción de relacionalidad planetaria como la dinámica material-discursiva entre el espacio y el tiempo terrestre y extraterrestre. Es un circuito, por así decirlo, definido por las dinámicas físicas, los predicados epistémicos, las sensibilidades estéticas, los contextos políticos, los axiomas científicos más amplios y distintos, y las agencias humanas, no humanas y más que humanas, que muestra a su vez cómo los “espacios” se determinan en relación uno con el otro, contribuyendo así a una acepción de nuestro propio planeta. En otras palabras, una relacionalidad planetaria es una topología que define lo terrestre y lo extraterrestre dentro de un continuo.

¿Por qué un continuo y no una frontera, como la figura de la frontera final que distingue más claramente lo que permanece dentro de cada categoría? Lo que está en juego al contemplar las definiciones y las conexiones entre lo terrestre y lo extraterrestre es una concepción de este planeta en relación con la posibilidad de otros planetas, de estrellas, sistemas y del universo en general. La noción de “lo extraterrestre” hasta ahora siempre ha estado alojada en epistemes terrestres. Esto podría deberse simplemente a que todavía tenemos que experimentar la vida en otros lugares y, hasta ahora, como comenta Rosi Braidotti en su trabajo The Posthuman “la dimensión terrestre o planetaria […] no es una preocupación como cualquier otra. Es más bien el tema que es inminente para todos los demás, en la medida en que la Tierra es nuestro punto medio y común” (81). Esto también ha significado que en la medida en que las epistemes terrestres se basan en el cosmos para producir conocimiento sobre lo terrestre (por ejemplo, mapas, calendarios, etcétera), los saberes terrestres siempre han tenido un grado de “extraterrestre” en ellos. Esta relacionalidad ha sido definida y redefinida a lo largo de los siglos por diferentes prácticas performativas (humanas, no-humanas, culturales, políticas, rituales, científicas, etcétera) que han establecido la intersección entre lo terrestre y lo extraterrestre en una multitud de maneras. El “espacio exterior” es sólo la más reciente, y la más global, de tales configuraciones ontoepistémicas. Sin embargo, lo terrestre y lo extraterrestre son, en términos materiales, mejor expresados como un entretejido extra/terrestre, por así decirlo.

Las relacionalidades planetarias son procesos performativos ontohistóricos. Como describe el geógrafo Jason Beery:

[...] considerar el espacio exterior y la Tierra como producidos socialmente es reconocer que la construcción tanto del espacio exterior como de la Tierra ha variado entre diferentes grupos de personas y organizaciones sociales a lo largo del tiempo. Quizás obviamente, la construcción del espacio exterior y de la Tierra que domina hoy no siempre ha sido dominante (74).

Llevado esto al nivel más fundamental, la denominación de estrellas y planetas puede iluminar aún más cómo el conjunto de conocimientos sobre el espacio planetario realiza ese espacio, de acuerdo con un conjunto determinado de referencias y percepciones.

El argumento de que una metodología para el estudio crítico del espacio exterior parta desde los estudios del performance lleva entonces un intento astropolítico de cuestionar y desestabilizar la noción de espacio exterior y su legado cultural, social y político, con el fin de articular futuras relacionalidades planetarias que, al ser menos exclusivas, tengan el poder de contribuir a una reevaluación profunda de la relación que guardamos con nuestro planeta y, en consecuencia, con el universo. El “nosotros” implícito en el discurso de Kennedy no es un nosotros global; no es inclusivo, sino exclusivo para aquellos que tienen el poder de monopolizar el acceso a los cielos de acuerdo con sus intereses geopolíticos. Y esa división se filtra de regreso a la Tierra, impactando diferentes órdenes sociales y prácticas culturales, militares y científicas. Aquí, ejemplos como el performance hipnótico de Nahum se vuelven también parte de un activismo celestial necesario para recalibrar y definir la relacionalidad planetaria que urgentemente reconsidere la relación con nuestro planeta mismo. La formación y práctica discursiva del espacio exterior incluye la concepción de nuestro planeta como uno que podemos destrozar y, por extensión, la promesa de un futuro que siempre se está alejando hacia las estrellas. Es decir, el espacio exterior es, en sí, una epistemología que parte de la idea de la Tierra como un hábitat desechable y que sólo unos pocos merecen tener la opción de sobrevivirlo.  El discurso de Kennedy también incluyó la siguiente declaración:

Zarpamos en este nuevo mar porque hay nuevos conocimientos que adquirir, nuevos derechos que ganar, los cuales se deben adquirir y usar para el progreso de todas las personas. Porque la ciencia espacial, al igual que la ciencia nuclear y toda la tecnología, no tiene su propia conciencia. Si se convertirá en una fuerza para bien o para mal depende del hombre, y sólo si los Estados Unidos ocupan una posición de supremacía podremos ayudar a decidir si este nuevo océano será un mar de paz o un nuevo teatro de guerra aterrador. No estoy diciendo que debemos estar o estaremos más desprotegidos contra el mal uso hostil del espacio de lo que lo estamos contra el uso hostil de la tierra o el mar, sino que afirmo que el espacio se puede explorar y conquistar sin alimentar el fuego de la guerra, sin repetir los errores que el hombre ha cometido al expandirse por todo el mundo (Kennedy s/p).

Decir “elegimos ir a la Luna” significa que ir allí es producto del libre albedrío: es una decisión, producto del ingenio humano. Elegimos ir allí porque podemos, porque queremos, porque creemos que necesitamos hacerlo. A primera vista, esta abrumadora presencia del libre albedrío humano y la capacidad intelectual puede oscurecer dos hechos fundamentales: en primer lugar, no todos en este planeta pueden optar por esa elección, y, en segundo, la concepción de la capacidad de tener esa elección es reciente (un par de cientos de años). Además, esta capacidad de elección no sólo depende de la existencia de la tecnología de los vuelos espaciales, sino también del dinamismo en y de las preocupaciones existenciales mordaces y las estructuras de pensamiento que han subrayado históricamente la idea de lo extraterrestre y, por extensión, las formas en que la humanidad ha concebido su relación con el universo. Kennedy mencionó las posibilidades de guerra o paz como los dos resultados de la exploración extraterrestre, como si ese binomio fuera el único tipo de trama que se puede desarrollar en el drama extraterrestre, pues puede haber más. Si el cosmos es un escenario, podríamos decir, entonces, que sus actores no se limitan a los habitantes terrenales del siglo XX, o simplemente a aquellos que pueden pagar las “luces de fantasía”.

Mientras tanto, miles de nuevos planetas y galaxias se descubren casi a diario, los robots hechos por el ser humano aterrizan en cometas en movimiento y las personas han estado viviendo en órbita desde el año 2000. Muchos afirman que estamos en el advenimiento de una edad de oro de la astronomía y la exploración extraterrestre, y esta misma revolución también ejerce presión sobre la conceptualización de la agencia humana. Los hallazgos científicos y las innovaciones tecnológicas, como el descubrimiento de las ondas gravitacionales y el advenimiento de la astronomía gravitacional, están revolucionando toda nuestra concepción del espacio y el tiempo, de la materia y la energía, y del lugar de la Tierra en el enredo espaciotemporal que llamamos universo. Las relacionalidades planetarias son procesos performativos, pero a la luz de estos descubrimientos nos damos cuenta de que la agencia en esos procesos no es sólo humana ni masculina.

Conceptos como la relacionalidad planetaria nos permitirán apreciar el impulso actual en la exploración espacial desde una perspectiva histórica y, por lo tanto, contribuir a un creciente cuerpo de literatura que examina críticamente la producción de conocimiento planetario y ofrece nuevos paradigmas más adecuados para el futuro, los cuales hacen entendernos como acciones relacionales entre cuerpos y entre planetas.

Conclusión: memorias comunes de la Luna

Como expongo al inicio de este artículo, la memoria colectiva de todos los que participamos en aquel performance hipnótico de Nahum es políticamente potente. Juntos, también decidimos ir a la Luna, y lo hicimos en una manera que se acerca más a los ritos transcendentales de los chamanes en el noreste de Siberia que a los ritos tecnológicos que celebran las erecciones transorbitales de falos de fuego. Nuestro “viaje a la Luna” fue hacia lo interior, y hacia el momento compartido. Así, ese momento es en sí un performance planetario tan potente como el de Kennedy, ya que en ese momento reconfiguramos nuestro espacio planetario como uno en el que lo sideral es lo íntimo, lo lunar es lo común y nuestro cuerpo es la nave. El mito del espacio exterior se cae a pedazos cuando nos damos cuenta de que viajar en el cosmos es ya una condición de nuestra existencia.

Fuentes consultadas

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Notas

1 El argumento que presento en esta sección nace del texto “Planetary Performance Studies”, publicado en la revista Global Performance Studies en 2017. Allí, articulo el potencial que las discusiones sobre las nociones de lo planetario en el trabajo de Gayatri Spivak, entre otros, puede tener para la rearticulación de los estudios de performance como un campo con políticas multipolares (ver Cervera).