DOI: 10.25009/it.v14i23.2745

In memoriam

Vol. 14, núm. 23, abril-septeimbre 2023

Centro de Estudios, Creación y Documentación de las Artes, Universidad Veracruzana, México

ISSN: impreso 1665-8728 ׀׀ electrónico 2594-0953

Luisa Josefina Hernández (1928-2023): lances y paradojas de una dramaturga

Óscar Armando García*

* Universidad Nacional Autónoma de México, México, 0009-0006-1369-6977, e-mail: oscargarciagut@filos.unam.mx

Recibido: 28 de febrero de 2023   ׀׀   Aceptado: 03 de marzo de 2023

La mañana de mi muerte,
ramas de amor
me fueron envolviendo
como rayos de sol,
para entregarme al sueño
en las manos de Dios.
Rafael Elizondo. El árbol de la vida (atribuible a L. J. H.). 

El legado de Luisa Josefina Hernández a la cultura mexicana es inmenso. Escritora perteneciente a la generación del Medio Siglo, se destacó en cada una de sus incursiones creativas: la narrativa, la dramaturgia y la docencia. Inquieta y constante, su presencia fue fulgurante desde sus primeros pasos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus congéneres fueron notables figuras —como Emilio Carballido, Jorge Ibargüengoitia y Sergio Magaña— quienes se convirtieron muy pronto en jóvenes talentos de la escena mexicana bajo la tutoría magisterial de Rodolfo Usigli y Celestino Gorostiza.

Por tradición familiar, Luisa Josefina inició sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho (UNAM), desde donde emigró, posteriormente, a la antigua escuela de Filosofía y Letras, ubicada en el edificio de Mascarones de la colonia Santa María la Ribera, para saciar su curiosidad innata como escritora. Resulta revelador que, dentro de su entorno escolar, la presencia femenina era escasa, aunque Filosofía y Letras comenzaba a generar un espacio singular para las jóvenes que deseaban seguir una carrera profesional dentro de las humanidades. En sus aulas, Luisa Josefina se encontró con otra de las grandes figuras de las letras mexicanas: Rosario Castellanos, con quien coincidió en su procedencia provinciana y en la búsqueda de una voz propia que se abría paso desde una comunidad literaria poco propicia para la mujer.

Desde muy temprana edad, Luisa Josefina escribió breves relatos, balbuceos literarios que fueron encontrando su propio camino, con un manejo de la palabra siempre lúcido y elocuente, lo que le permitió construir sus primeras novelas a través de conflictos que había escuchado con atención desde el seno familiar.  Su voz comenzó a sintetizarse en la página dentro de las frases, las moralejas, los profundos sentimientos humanos en sensibles momentos vividos por sus personajes; dentro de un vasto mundo de confrontación entre la muerte y el amor a partir de sus particulares decisiones.

Con la afortunada sugerencia de su amigo Emilio Carballido, Luisa Josefina trasladó su talento narrativo al drama, paso que emprendió con gran seguridad por sus atributos creativos: el oído para plasmar nítidamente los diálogos de sus personajes, la construcción de conflictos en una temporalidad escénica y la fascinación que en ella tuvo el arte teatral. Para entonces, la constancia de su escritura fue siempre de la mano desde la rigurosa disciplina que le imponían los ensayos de los procesos de montaje de quienes, también, fueron sus grandes maestros: Seki Sano, Salvador Novo y Fernando Wagner.

En una entrevista poco conocida con Elsa Pacheco, Luisa Josefina declaró que sus primeros contactos con la escena fueron como espectadora juvenil del teatro de tradición hispánica; no obstante, su visión cambió radicalmente cuando asistió en 1949 a la puesta en escena de Seki Sano de Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams, momento epifánico para descubrir la frescura y la libertad de la dramaturgia norteamericana, llave indiscutible para abrir sus horizontes sobre la compleja estética del realismo del siglo XX. A partir de esta experiencia, Luisa Josefina comenzó su exploración creativa en la dramaturgia de formatos diversos como la de Chéjov, Ibsen, Miller, O’Neill y Beckett, entre otros. La producción de nuestra dramaturga se fue intercalando junto con su asombro por los clásicos de todos los tiempos, la valoración teórica de la obra dramática de su maestro Rodolfo Usigli, así como el reconocimiento a la notable creación de sus colegas Magaña, Ibargüengoitia y Carballido, pero principalmente su especial interés por la sólida escuela de reflexión teórica de Erick Bentley, Martin Esslin y H. D. F. Kitto.

En la vasta obra literaria de Luisa Josefina Hernández se consignan alrededor de 14 novelas, más de 30 obras teatrales y sus valiosos ensayos sobre reflexiones de la estética dramática de autores como Shakespeare, Beckett, Lorca, Chéjov y Sternheim que, a manera de prólogos, acompañaron diversas ediciones. ¿Cuánto de este mar indómito de materiales hemos leído? Tal vez muy pocos han tenido la posibilidad y fortuna de poder hacerlo. Desde su partida, he meditado sobre cuántas de sus obras (que ahora se convierten en “obras completas”) he tenido entre mis manos. No deja de asombrarme la enorme gama de ambientes, paisajes y sitios en donde navegaban sus personajes narrativos y dramáticos que propuso en cada una de sus obras; cada una de ellas siempre han sido una evocación nostálgica, desde la cotidianeidad contemporánea hasta los tiempos inmemoriales de México y del mundo.

A mi memoria se entremezclan también sus palabras, sus recomendaciones y los consejos que recibí como alumno y posteriormente como colega en los pasillos de la Facultad. No deja de sorprenderme el haber tenido frente a mí a una de las más lúcidas mentes de la literatura mexicana y de la teoría del drama. Mi asombro como alumno continuó con sus seminarios de posgrado en Letras, en la misma Facultad, sobre novela (norteamericana, rusa, francesa e inglesa) a los cuales acudí años después de haber culminado mis estudios en literatura dramática y teatro. Compartir a sus autores favoritos (Faulkner, McCullers, Dickens, Capote, Dostoievski, Tolstói) era también un ejercicio perpetuo de reflexión que generosamente emanaba de la maestra para poder descubrir el infinito mundo de la narrativa, a través de las intrincadas decisiones que todos los seres humanos son capaces de engendrar en sus vidas.

Desde hace algunos años ha surgido la inquietud por compilar los ensayos teóricos de Luisa Josefina Hernández, junto a los textos de su crítica teatral, con el fin de completar el complejo rompecabezas de su pensamiento teórico. En un artículo de Felipe Reyes Palacios ya se confirmaba la decisión, por parte de la maestra, de no fijar en un compendio estas ideas. Es así como contemplo la gran paradoja de quien generó una teoría dramática particular, construida a través de un largo camino de sabiduría, sin condicionarla a rígidas categorías, sino la constante invitación a que las propuestas de análisis del drama fueran tan cambiantes como quien las interpretara, dentro de los tiempos en los que se sujetaran a revisión. Esa es tal vez una de las grandes aportaciones de su propuesta: lo que interesa es el proceso de construcción de un pensamiento crítico, no sus conclusiones.

El mejor homenaje que podemos ofrecer a la memoria de la maestra Luisa Josefina Hernández es leer y admirar en escena su obra; en ella podremos visitar mundos siempre ignotos donde habitan sus personajes, intrigantes seres que podemos descubrir como peces semiescondidos en el diáfano coral, donde transitan de su imaginación a la nuestra de manera gozosa y exquisita.

Fuentes consultadas

Pacheco, Elsa. “Ecuaciones metafóricas”. Voces de lo efímero, coordinado por Luz Emilia Aguilar Zínser. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, pp. 78-182.

Reyes Palacios, Felipe. “Algunas aportaciones de Luisa Josefina Hernández a la teoría dramática”. Tramoya, núm. 72, 2002, pp. 107-113.