DOI: 10.25009/it.v14i23.2742

Reseña de puesta en escena

Vol. 14, núm. 23, abril-septeimbre 2023

Centro de Estudios, Creación y Documentación de las Artes, Universidad Veracruzana, México

ISSN: impreso 1665-8728 ׀׀ electrónico 2594-0953

Tiburón, de Lagartijas Tiradas al Sol

Ximena Prieto*

* Artista-investigadora independiente, México, 0000-0002-2359-5276, e-mail: somniximena@gmail.com

Recibido: 09 de enero de 2023   ׀׀   Aceptado: 09 de febrero de 2023

En la lengua de los seris (o konkaak), la comunidad indígena que habita la isla de Tiburón en el golfo de California, no existen palabras para decir que algo o alguien es. Solo existe la capacidad de describir que algo o alguien parece ser. Para esta comunidad, nada está fijo, nada está terminado.

Lázaro Gabino Rodríguez, cofundador del colectivo escénico Lagartijas Tiradas al Sol, llegó a la isla de Tiburón casi por accidente, aunque hay una parte de mí que aún cree en lo que le oí decir como parte del relato escénico: que su visita fue a propósito, con la intención de recrear la expedición del misionero José María de Barahona hace 500 años. Mi mente repite el eco de las palabras que abren el monólogo de Rodríguez en la obra Tiburón1 [Ver Imagen 1], donde narra que este viaje fue inspirado por un relato sobre Barahona que le contó su abuela, a quien describe como historiadora. Rodríguez revisitó esta parte de su memoria en búsqueda de certeza. Recuerdo también las palabras que contradicen esta versión cuando lo entrevisté meses después sobre las múltiples capas de verdad y percepción que propone Tiburón. Según me confesó,su abuela nunca le contó de Barahona y, más bien, encontró la historia en el proceso de desarrollar la pieza (Rodríguez, entrevista). Podríamos decir que las afirmaciones que oscilan entre la verdad y la ficción coexisten en la obra, dejando huellas de cómo la realidad está siempre en proceso de construcción.

Imagen 1: Lázaro Gabino Rodríguez en Tiburón, 2022, Teatro Juan Ruiz Alarcón, UNAM , México. Foto cortesía de Teatro UNAM / Daniel González.

Tiburón es el trabajo escénico más reciente de Lagartijas Tiradas al Sol, con quienes Lázaro Rodríguez ha desarrollado más de veinte montajes que cuestionan narrativas familiares e históricas, así como la frontera entre la realidad y la ficción. La obra pertenece al proyecto La democracia en México 1965-2015, donde el colectivo revisa escénicamente cómo opera la democracia en distintas localidades de este país. Tiburón, además, es una celebración del potencial de la incertidumbre, en la que Rodríguez aborda la experiencia que vivió fray José María de Barahona en el mismo territorio que exploró con intenciones inciertas. Son escasos los elementos que existen para recrear la experiencia exacta; la fuente principal de información es un texto escrito por el mismo evangelizador durante su estancia en la isla, recuperado por el escritor y sacerdote jesuita Andrés Pérez de Ribas en el libro Triunfos de la fe sobre estas tribus, las más bárbaras del norte, de 1645.

En Tiburón encontramos un diálogo entre la época de la Colonia y el presente, entre la fe y el teatro. La obra se inspira en textos e ideas del escritor argentino Juan José Saer, de la poeta mexicana Elisa Ramírez Castañeda, del escritor argentino César Aira, la antropóloga argentina Rosana Guber, del periodista mexicano Fernando Benítez, del crítico de arte Olivier Debroise y de los antropólogos Michael Taussig y Nigel Barley. La escenografía de este montaje utiliza una mezcla de objetos religiosos y mundanos con proyecciones de video que trabajan en contrapunto con los monólogos de los tres personajes principales representados por Rodríguez; los cuales, durante el transcurso de la obra, se hacen más y más indistinguibles debido al manejo corporal y vocal del actor.

Tiburón [Ver Imagen 2] remite al Atlas Mnemosyne del historiador Aby Warburg en tanto que su montaje escénico “permite el reposicionamiento de imágenes o la introducción parcial de nuevos elementos, para establecer nuevas relaciones, un proceso abierto e infinito que crea una cartografía personal posibilitando constantes re-lecturas” (Tartás y Guridi 228). Con estos recursos, en Tiburón surgen preguntas sobre qué realidad, qué fe, qué historia y qué nombre consideramos como propios, y si se puede encontrar una intención o motivo detrás de esta elección.

Imagen 2: Lázaro Gabino Rodríguez en Tiburón, 2022, Teatro Juan Ruiz Alarcón, UNAM, México. Foto cortesía de
Teatro UNAM / Daniel González.

Durante nuestra entrevista,2 Rodríguez me compartió que desde hace varios años habita en lo que describe como un “espacio de desconocimiento”. Le importa poco entender el motivo detrás de las cosas; de hecho, la intención en su trabajo escénico y en su vida no es llegar a un resultado planeado, ni a una respuesta, sino enfocarse en el proceso y la experiencia de vivir en la pregunta. Contó que, con cada proyecto, su intención creativa se ha convertido en un territorio de extrañamiento y que cada vez le interesan menos “las certezas dentro de la práctica artística”. Si el teatro tiene algo que le interese, son justamente estos conflictos y mecanismos de representación que propone. El creador afirmó estar atraído en “explorar ciertas cosas... Ciertas sensaciones de cómo me siento y sobre cómo me relaciono con el material de la obra, creo que eso me sucede mientras hago la obra” (Rodríguez, entrevista).  Esta estrategia se materializa mediante la forma en la cual Rodríguez se comunica con su público y, quizás, es precisamente esta exploración la que lleva a Tiburón a convertirse en un espejo hipnótico para el espectador, ya que quienes estamos en las butacas podemos proyectar ansiedades, esperanzas y posibilidades personales a las preguntas que lanza la obra.

Tiburón fue realizada durante los meses de confinamiento por la pandemia del COVID-19 y, por lo tanto, su proceso de producción se atrasó y transformó de forma un tanto caótica, según Rodríguez. Finalmente, me dijo al respecto que “ciertas cosas se fueron sedimentando o acomodando de alguna manera, sobre todo de mi relación de cómo conectar con una nueva identidad”. Considera que, como disciplina artística, el teatro tiene un potencial específico: tanto creadores como espectadores “comparten el mismo aire de la sala” y, por lo tanto, pueden experimentar al unísono una pieza vibrante de energía y de realidades concurrentes. Lo anterior es evidente desde el comienzo de Tiburón, que nos sumerge en una búsqueda sin comienzo ni desenlace definidos. Según Rodríguez, “una vez que estrenamos la obra [...] cada vez lo que se acaba volviendo más importante son las discusiones o las decisiones formales con que la obra interpela el mundo artístico” (entrevista).  El creador enfatizó en la importancia que tuvo en Tiburón “hablar de lo decolonial de una forma más precisa”.A Rodríguez le interesó encontrar una manera o un gesto a través del cual “hablar de colonialismo  a partir del personaje principal [quien es] un evangelizador español [...] Hay algo de eso, de asumir ese rol, que siento espejea mucho con mi aproximación [personal] a la isla de Tiburón” (entrevista).

La base de la investigación que propone Tiburón está en la exploración de cómo lo “original” (sea una historia o una identidad) se transforma con el tiempo y el espacio. La obra gira en torno a un relato oral, con todas las incertidumbres inherentes a ese proceso de comunicación. La investigación de Rodríguez pone de relieve el potencial desestabilizador de lo oral frente al relato escrito, supuestamente objetivo, pero que también acaba modificándose en el movimiento escénico que se nos presenta. La experiencia vivida es un cuento que se construye mediante luminosas capas de verdad e ilusión que bailan ante nosotros. De entre estas luminiscencias elegimos aquellas que más llaman nuestra atención y así conformamos una narrativa que proyecta una ilusión de orden. Sólo a través de actos de imaginación crítica es posible desafiar los límites de dichas narrativas y encontrar el juego de la libertad; así, con cada detalle que se va sumando durante la historia de Barahona/Rodríguez en Tiburón, se sugiere que detrás de las acciones que elegimos está presente la posibilidad concurrente de ese otro mundo. La historia tanto política como religiosa de un pueblo va moldeándose de acuerdo a los cambios del tiempo, a las necesidades del colonialismo, a los distintos intereses personales y gubernamentales y, quizás, a una mezcla de elementos de fe y deseo.

Al iniciar la obra, vemos un gran lienzo hecho con material de color dorado que desciende hacia el escenario. Observamos dos telones con pantallas suspendidas y una silla con una botella de Coca-Cola a su lado. Debajo del material dorado que cubre el suelo emerge Rodríguez, quien interpreta, a lo largo de la obra, a Gabino, a Lázaro y a José María de Barahona; tres personalidades que vamos conociendo de forma más o menos simultánea. Gabino se dirige directamente al público para confesar su intención de recrear el viaje del misionero; enseguida, se va transformando en versiones de Lázaro y de Barahona que narran sus experiencias en la isla en temporalidades radicalmente distintas (la época de la Colonia y la actualidad). Los tres personajes se van entrelazando, sus diferencias se hacen progresivamente tenues, con elementos teatrales (barba postiza, objetos, escenografía) que apuntan a lo maleable que son las nociones de autenticidad y artificialidad [Ver Imagen 3].

Imagen 3: Lázaro Gabino Rodríguez en Tiburón, 2022, Teatro Juan Ruiz Alarcón, UNAM, México. Foto cortesía de Teatro UNAM / Daniel González.

Del techo cuelgan tres telones sobre los cuales se observa una pintura de la Virgen apocalíptica, una pintura de la isla de Tiburón y el video de un performance de Gabino, con una iconografía que sugiere la lucha entre el bien y el mal, evocando a El matrimonio del cielo y el infierno de William Blake. La narrativa del misionero contrasta con unas imágenes proyectadas en una pantalla al fondo, en las que vemos fragmentos de la cultura del internet, memes motivacionales, escenas que diluyen lo íntimo y lo público, reality shows de acontecimientos milagrosos, personas entregadas a una febril devoción. Los elementos escenográficos de Tiburón estuvieron a cargo de Pedro Pizarro, quien buscó plasmar un tipo de teatralidad que interesa a Lagartijas Tiradas al Sol. A través de elementos propios del arte teatral, la pieza interroga la construcción personal y colectiva de la realidad.

En un momento de la obra, Rodríguez deja de hablar y adquiere un aspecto distinto. Ahora habla como Gabino, el nombre con el cual nació Rodríguez antes de convertirse en Lázaro, gracias a un proceso de transformación personal que se relata en la obra Lázaro (2020). Vemos a Gabino en la pantalla del lado derecho del escenario hablando directamente a la cámara, casi como si se tratara de un relato confesional o una sesión de psicoterapia. Nos cuenta cómo se ha sentido perdido como actor, o como persona, y su búsqueda de un propósito claro en la vida. Decide que sólo algo radical lo podría ayudar y declara que lo encuentra, de nuevo, en ese relato que le había leído su abuela de niño sobre la historia del misionero Barahona, quien visitó la isla de Tiburón, Sonora, en 1540. Gabino conecta su búsqueda personal con la búsqueda de Barahona, lo cual diluye las fronteras de la identidad entre la persona viva y la persona narrada, reimaginada.

Tiburón aborda el tema de la actuación como mecanismo de conocimiento y la ficción como instrumento para negociar con la realidad. ¿Hasta dónde actuar algo es vivirlo?, ¿por qué seguimos considerando la ficción como supeditada a la realidad? Lagartijas Tiradas al Sol interroga la identidad como una construcción rígida y abre la posibilidad de verla como fluida, como el momento donde en la obra surge la duda de qué personaje es el que ahora se representa en escena. Dentro de esta confusión se mezclan lo ficcional y lo documental, las historias que se van repitiendo y que quedan diseminadas en la consciencia colectiva. El montaje gira en torno a lo que Rodríguez describe como “la relación que tienen las y los mexicanos, que habitan en las ciudades, con el pasado y el presente de los pueblos denominados indígenas y que quedaron encapsulados dentro del territorio que compone el Estado nación actual” (entrevista).  Tiburón reflexiona sobre la crisis de la fe en las sociedades contemporáneas cuyas instituciones tradicionalmente encargadas de encauzar el bienestar social están desacreditadas.

Según me dijo, la idea inicial de Tiburón [Ver Imagen 4] nació en un viaje que hizo a Sonora donde conoció el Museo de los Seris. La nación konkaak (como se autodenominan los seris) ocupa una franja costera de Bahía Kino, donde se ubica el pueblo de Puerta Libertad, Sonora, cerca de Punta Chueca. Aquí existe una franja donde los konkaak tienen autonomía territorial, en un territorio atravesado por una serie de conflictos sociales, políticos y de vida. Rodríguez cuenta que en el Museo de los Seris había “una realidad representada que no cuadraba con lo que se observa al visitar Punta Chueca [...] causando un choque muy abrumador”. Este choque entre representación museográfica y la percepción visual impulsó a Rodríguez a explorar cómo “hacer algo en este lugar y, de alguna manera, plantear la autonomía de los seris” (entrevista).

Imagen 4: Lázaro Gabino Rodríguez en Tiburón, 2022, Teatro Juan Ruiz Alarcón, UNAM, México. Foto cortesía de Teatro UNAM / Daniel González.

Pasaron tres años entre la primera visita al territorio konkaak y el estreno de la obra. Durante el proceso de creación, Rodríguez me dijo que “empezaron a decantar muchos ríos que no había previsto” (entrevista). Uno de esos ríos fue su transformación personal de Gabino a Lázaro, proceso que permeó la creación y el camino de la obra en la que Gabino cuenta una anécdota de su última experiencia en la isla de Tiburón, cuando conoció a un curandero que invocaba la lluvia.
Al final de la obra, el actor regresa al gran lienzo dorado del que emergió al inicio. Se cubre con él, como si fuese una cobija de historias, encuentros, confesiones, mentiras, realidades y ficciones, como si estuviera entrando a un sueño en el que ficción y realidad coexisten, encontrando el potencial que surge de aceptar y sumergirse en su inevitable unión.

Ficha técnica

Tiburón estrenó el 4 de noviembre de 2020, en la edición 38 del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, España. Posteriormente, se presentó en la Ciudad de México con una temporada que abarcó del 28 de octubre de 2021 al 6 de febrero de 2022 en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM.

Producción: Zurcher Theater Spektakell, Lagartijas Tiradas al Sol y Teatro UNAM.Basado en textos e ideas de Juan José Saer, Elisa Ramírez Castañeda, César Aira, Rosana Guber, Fernando Benítez, Olivier Debroise, Michael Taussig y Nigel Barley.

Actuación y coordinación: Lázaro Gabino Rodríguez.

Dirección adjunta: Francisco Barreiro.

Dramaturgia: Luisa Pardo.

Diseño de espacio y luz: Sergio López Vigueras.

Video y asesoría artística: Chantal Peñalosa.

Diseño y realización de telones: Pedro Pizarro.

Diseño de sonido e imagen: Juan Leduc.

Fuentes consultadas

Tartás Ruiz, Cristina y Rafael Guridi García. “Cartografías de la memoria. Aby Warburg y el Atlas Mnemosyne”. EGA. Revista de Expresión Gráfica Arquitectónica, vol. 18, núm. 21, 2013, 226-235 pp., https://doi.org/10.4995/ega.2013.1536, consultado el 15 de octubre de 2022.

Notas

1 Vi Tiburón dos veces durante su primera temporada en el Teatro Juan Ruiz Alarcón de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ciudad de México, en octubre y diciembre de 2021.

2 Entrevista vía Zoom, 27 de enero de 2022.