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In memoriam

Rubén González Garza (1929-2019)

Luis Daniel Gutiérrez Salinas*

* Maestría en Artes Escénicas, Universidad Veracruzana, México, danielgtz687@gmail.com

Recibido: 29 de mayo de 2019

Aceptado: 05 de julio de 2019


Rubén González Garza fue un hombre de teatro, en el más amplio sentido de la palabra. Nació en Monterrey, Nuevo León, el 8 de marzo de 1929 y, desde muy pequeño, tuvo un acercamiento con el arte teatral, al cual le dedicó su vida. Su padre fue el empresario teatral Estanislao González; gracias a él, Rubén pudo conocer a importantes personalidades de su época, como Lucha Reyes o Mario Moreno “Cantinflas”.

Sin embargo, Estanislao consideraba que ser actor no generaba ingresos económicos suficientes para garantizar una vida próspera; por ello, se mostró siempre reacio a que su hijo hiciera una carrera dentro del medio artístico, a pesar del interés que mostraba por la escena, cuando exponía sus juegos escénicos a sus familiares y amigos.

Sus inquietudes por las artes nunca cesaron. Además de su inclinación por el teatro, Rubén tuvo gusto por la pintura y el dibujo, a las que quiso dedicarse de manera profesional, pero su padre lo metió a estudiar la carrera de Maestro Mecánico en la Escuela Álvaro Obregón.


Rubén, sin embargo, estaba destinado para el arte, porque como él me comentó alguna vez “el teatro es celoso y sabe a quién escoger”. Un día comenzó a trabajar en una fábrica, cuyo dueño, César Delgado, realizaba actividades para que sus empleados pudieran acercarse a las artes. Eso motivó a Rubén a costearse clases de pintura con su sueldo; al mismo tiempo, ingresó a un equipo de gimnasia para entrenarse en este deporte.

En 1949 entró al Núcleo de Arte Teatral, un grupo dirigido por Elisamaría Ortiz. Al año siguiente sustituyó a uno de los actores del grupo y así obtuvo su primer papel importante, en la obra La enemiga. En esta etapa tuvo un acercamiento a los textos de autores ibéricos, como Federico García Lorca, debido a que Elisamaría tenía un especial gusto por las obras españolas.

Rubén incursionó en la dramaturgia gracias al apoyo de Sergio Magaña, quien se volvió su amigo; el resultado fue la obra Mi querido violinista. También fue director de teatro y dirigió su primera obra en 1957, dentro del Núcleo de Arte Teatral: Las cosas simples, de Héctor Mendoza. Al año siguiente, en 1958, el grupo se desintegró porque su directora decidió retirarse del teatro.

Dejó de trabajar en la fábrica y se dedicó de lleno al teatro en 1960. Fue director de la Galería, en Arte AC; también estuvo a cargo de los grupos de teatro del Seguro Social en Monterrey. En 1963 presentó la obra Hamlet, para la pre-inauguración del Teatro Monterrey del Seguro Social, la cual era dirigida y protagonizada por él mismo; tuvo que dirigirla luego de que Humberto Duarte se retirara de la dirección del montaje.

En 1976, después de regresar de un viaje por Europa, adquirió los derechos de la obra Los chicos de la banda, de Mart Crowley, que fue dirigida por Julián Guajardo, con las actuaciones de Rubén González Garza, Juan Carlos Rodríguez, Rubén Orozco y Hernán Galindo, en el Teatro Mayo. Generó polémica debido a que, por primera vez, se trataba el tema de la homosexualidad en el teatro regiomontano.

Debido a su vasta carrera, Rubén recibió, entre otros, el Premio a las Artes de la Universidad Autónoma de Nuevo León (uanl), otorgado en 1992 por su trayectoria artística; al año siguiente, ganó un certamen de dramaturgia a nivel nacional organizado por la misma casa de estudios, con la obra La casa de las cruces de gis. En 1994 recibió la Medalla al Mérito Cívico que le entregó el gobierno de Nuevo León. Su obra El esquema equivocado ganó el Premio Nacional de Dramaturgia, organizado por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León (Conarte), en 1999; en 2002, su obra Las señoritas Alcocer ganó el Premio Nacional de Dramaturgia de la uanl.

Nunca dejó de dedicarle tiempo al arte teatral ni de transmitir todo lo que sabía. Así fue como lo conocí, lleno de energía, ánimo, optimismo y siempre dispuesto a compartir. Cuando lo vi por primera vez, me impresionó la energía que tenía a sus 80 años, la entereza y lucidez que mostraba, de manera que no dudé en pedirle consejos para la actuación y para escribir obras de teatro; con la amabilidad que tenía, me invitó a su grupo de teatro Juventud Acumulada, donde participaban personas de la tercera edad aficionadas al teatro y que necesitaban de jóvenes para algunos de sus personajes.

Rubén González Garza fue una personalidad de respeto en el teatro regiomontano. Ello no sólo por su trayectoria; fue, en gran parte, por su profesionalismo, porque cuando le tocaba ser dirigido por alguien más, con mucha o poca experiencia, él acataba las indicaciones y se aprendía su texto de una manera rápida. No era soberbio ni engreído, todo lo contrario; por eso se ganó el respeto como profesional, como docente, como hombre de teatro y como persona.

Tuve la oportunidad de verlo en la presentación de su último libro editado en vida: Seis finales oscuros, el cual reúne seis de sus más representativas obras. Ése fue el último momento que compartimos juntos y donde, como era su costumbre, me recibió con alegría. Así lo recordaré siempre: alegre, enérgico y pensando en qué hacer para el teatro, su gran pasión.

Escribo estas palabras con respeto y admiración. He tratado de resumir una trayectoria artística que bien podría ser escrita en un libro, por la importante labor que realizó Rubén González Garza, el maestro de muchas generaciones del teatro regiomontano y que, de manera lamentable, falleció a causa de complicaciones por una neumonía el 7 marzo de 2019, un día antes de cumplir 90 años.