Reseña de puestas en escena

Las mexicanas de Genet: Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar

Luis Román Nieto*

* Universidad Veracruzana, México, luisroman9@gmail.com

Recibido: 10 de mayo de 2018

Aceptado: 02 de julio de 2018

Yo voy al teatro para verme en escena, tal y como yo no sabría —o no osaría— verme o soñarme y, sin embargo, tal y como sé que soy.

Jean Genet

La compañía Vaca 35 Teatro en Grupo se atrevió a experimentar, con una de las obras más emblemáticas de Jean Genet –Las criadas–, con resultados líricamente sórdidos, podría decirse que auténticamente genetianos. “¿Quién dijo que para ser actriz se tiene que estudiar?” es una de las sentencias que profiere la monumental actriz Mari Carmen Ruíz, junto a Diana Magallón, en la brutal puesta en escena Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar, dirigida por Damián Cervantes. La obra, estrenada en la Ciudad de México en 2012, se presentó en el teatro La Caja de Xalapa, Veracruz, en octubre de 2017.

El mayor aplauso para esta puesta en escena va dirigido al manejo del lenguaje verbal en relación con la corporalidad. Es notable la oralidad con la que inflan el escenario las dos vigorosas actrices que hablan con caló de mexicanas de clase media baja en el centro del país (sin caer en estilos humillados por la televisión), mientras conservan la atemporalidad del hito dramático. El montaje arranca con un digno homenaje al original de Genet: vemos un ensayo, una grotesca parodia a la que juegan estas mujeres en medio de un sucio lavadero; mientras una es la rabiosa señora, la otra, su miserable sirvienta que corre y lava ropa en un claustrofóbico espacio donde cada vez nos sentimos más ahogados. Asustan los cuerpos imponentes: una flaca y esquelética que parece va romperse frente a la otra, una mujer voluminosa, titánica, que se tambalea por el cuarto y en cualquier momento puede venirse encima del público. “¡Existes gracias a mis gritos!”, exclama la mujer inmensa, segundos antes de que su juego termine y las dos mujeres estallen en risas de satisfacción.

 

La historia nos sumerge en el mundo de las “criadas” con una elevada dosis de humor sórdido que poco a poco va transformándose en una suerte de violenta estética sucia: “Técnica de actriz –dice la mujer voluminosa–: a la hora que me sale la voz, se me salen los pedos”. El teatro (de tipo caja negra) se inunda con las carcajadas del público y la contundente presencia física de ambos personajes. Estas mujeres se provocan a través de sus poderosas voces que debaten sobre la actuación, sobre el teatro –único narcótico para soportar la marginada existencia– y sus utopías inventadas. Todo esto ocurre en medio del mismo cuartucho donde, inesperadamente, se llega a percibir la belleza en los detalles, como el olor de la cebolla frita. Así, esta suerte de comedia gótica se diluye, al mismo tiempo que el detergente con el que lavaron se vuelve espuma, y pasan de la violencia al cariño, de las risas a las groserías, de la fealdad a la belleza. El teatro de crueldad genetiano se traduce al habla mexicana a través de sus mezquinas palabras: marrana, puta, mierda, coger, pendeja, pedos y toda la porquería con la que se entonan las oraciones cargadas de carroña: “¡Los hombres se cansan de tanto cogerme!”. El enunciado cobra cuerpo, se vuelve acción dramática; vemos y sentimos a las criadas decirse halagos, gritar, destruirse, vivir su vorágine. En las acciones de Mari Carmen Ruíz y Diana Magallón –abofetearse, besarse y llorar– el verbo se hace carne.

Bautizar a esta sudorosa pareja escénica como “las mexicanas de Genet” no es fortuito. Sin intenciones patrióticas, este montaje acerca el mundo de Jean Genet (condenado dramaturgo parisino) a nuestro entendimiento: las groserías sabrosas del México edificado en insultos. La soledad y la barbarie dan intensidad al agarrón de las teatreras. Las actrices rompen diálogo con el espacio y se lo apropian. Se adueñan de una historia tan real porque es la suya. El público contemplamo Solange, interpretada por una dócil fiera Magallón, prepara unos apetitosos huevos revueltos, mientras Clara –la imponente y desgarradora Ruíz, calzada con unas zapatillas de charol– danza un baile flamenco. La escena se torna dolorosa cuando el almuerzo, elaborado amorosamente ante la vista y el olfato del público, termina en la basura, hecho mierda, a causa de la pelea física de las mujeres, llena de blasfemias y el vómito sexual que caracteriza la poética de Genet, y que el director Damián Cervantes, muy acertado, traduce a nuestro argot nacional.

 

Con esta versión, Vaca 35 logró trasformar una pieza clásica del siglo xx, tan repudiada en su momento, en un experimental montaje con vigencia imperecedera, pues es una obra de teatro sobre el rebelde espíritu de dedicar una vida al oficio teatral. “Todo lo que soy como actriz es gracias a ti, gracias por acompañarme en este viaje de arte”—le dice Solange a Clara, al terminar su ensayo. Lo que propone la compañía mexicana es volver a los inicios del teatro, a su esperma generativo: la concepción de la historia bien fundamentada. Aquí sucede a través de la voz y cuerpo de las actrices, sin los clichés del llamado “teatro posdramático”, que en su búsqueda por la innovación conduce a algunas obras a volverse partituras inacabadas. El arte teatral puede ser uno de los más sagrados documentos del espíritu, constancia de la imaginación y el pensamiento de una época. Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar es un montaje que no sólo representa la realidad, la presenta con una tremenda contudencia verbal y física; la hace tangible al espectador con el que se comparte. En la obra, uno podía cerrar los ojos para ‘ver’ y ‘sentir’ las escenas. Como espectador se está ahí, presente, listo para ver un espectáculo de freaks: dos hembras desnudas, iluminadas con un farolillo chino, hacia el final del trayecto, bañándose como ninfas maternales dentro de una enorme palangana. Una imagen de voyerismo onírico que contrasta con la violencia desquiciada, otra alegórica referencia al México del siglo xxi, cópula de lo apolíneo con lo dionisiaco; el gozo de la fatalidad. En los últimos minutos de la obra, la interacción de las protagonistas se vuelve vivencial, íntima, cariñosa; somos testigos de un cuento de hadas susurrado al oído cuando la noche inunda el espacio.

El premiado1 montaje de Vaca 35 Teatro en Grupo, que fue concebido hacia el año 2012 en una azotea de la Ciudad de México, continúa realizando funciones en países como Chile, Colombia, Argentina, Cuba, España, Italia, Bosnia y Japón. En Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar se tiene a dos expertas de la evocación, que juegan a inventarse lo que algún día podrán ser: “¡Sórdidas, güey, somos sórdidas, estamos impresionantes!”.

Ficha técnica de Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar

Creación colectiva basada en Las criadas de Genet.

Vaca 35 Teatro en Grupo.

Fecha de estreno: 27 de enero de 2012, Azotea de Ambienta Yoga, Ciudad de México.

Dirección y diseño de espacio: Damián Cervantes.

Producción Ejecutiva: José Rafael Flores.

Reparto: Diana Magallón García y Mary Carmen Ruíz Benjumeda.

Fecha en que se vio la obra reseñada: 14 de octubre de 2017, Teatro La Caja, Xalapa, Veracruz (función 255).

Duración: 50 minutos.

 

Nota

1 La obra recibió el Premio Villanueva 2014, al mejor espectáculo extranjero en La Habana, Cuba; el premio a la mejor obra y al mejor director en el Festival MESS 2015 en Sarajevo, Bosnia y Herzegovina.